Hace
algunos días se convocaron poco más de 4000 hinchas del Club Atlético Boca
Juniors para oponerse al proyecto de su presidente, Daniel Angelici, de
construir un nuevo estadio para el club, y dejar a la actual Bombonera como
museo y escenario de grandes espectáculos.
Gente
mayor, familias enteras y muchos jóvenes, con algo azul y oro, banderas en mano
y el grito en sus gargantas, demostraban que querían su estadio y no otro. No
piden un estadio inmenso, al estilo europeo. Sólo quieren que su casa sea remodelada.
Piden a los dirigentes que hagan hasta lo imposible por comprar aquellas
famosas manzanas de atrás de los palcos.
Boca
merece un estadio donde la mayoría de su gente vaya a alentar al equipo. Pero
no hay porqué hacer un estadio de las dimensiones que se hablan. La Bombonera
necesita una renovación, donde queden de lado aquellos palcos multimillonarios,
y donde continúe la mística por la que es conocida en todo el mundo.
Hoy
el número de socios y adherentes está a punto de duplicar la capacidad del
Alberto J. Armando. Pero la gente no quiere sacrificar su templo, “el patio de
su casa” como repite Riquelme, por querer ir a la cancha. Con una buena
organización, todos tendrían la posibilidad de ver a su equipo correr en aquel
estadio que, como siempre se dijo, late.
La mística y el
sentimiento no entienden de modernidades ni petrodólares. La estadística
también le da la razón a la cancha de Brandsen 805 desde los resultados: Boca
no perdió en el 85% de los casi 1700 partidos que disputó en ese estadio. Ese
estadio elogiado en los medios internacionales, temido y admirado por
adversarios (incluso de la vereda de enfrente, del clásico rival).
El escritor Eduardo
Galeano dice en su libro El fútbol a sol y a sombra: “No hay nada menos vacío
que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie. En la Bombonera de Buenos Aires, trepidan tambores
de hace medio siglo. El estadio del rey Fahd, en Arabia Saudita, tiene palco de
mármol y oro y tribunas alfombradas, pero no tiene memoria ni gran cosa que
decir.”
“La Bombonera es Boca”,
gritan los hinchas oponiéndose al cambio de casa. Porque la cancha es más que
cemento, tiene vida propia. Y no quiere dejar de latir.
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