sábado, 10 de noviembre de 2012

Néstor Fabián Arce: entre el fanatismo, la lucha y la bondad.


Comienza el día. Los negocios deben levantar sus persianas y abrir sus puertas. Néstor Fabián Arce se encarga de cinco, ubicados en el centro. Uno a uno tira de las enormes correas de hierro para dejar ver los cristales que dan vida a los comercios. Cristales similares a los que ocultan su mirada. Mirada transparente como las vidrieras que está dejando al descubierto.
Abre los negocios y permanece allí, esperando a que algún comerciante le pida un favor. Así pasa la mañana, y repetirá la rutina durante la tarde. Alguien lo nombra desde un mostrador, por el apodo de “Catarrata”, y él se dirige con su simpatía habitual.
Si preguntan por Néstor, probablemente nadie sepa quién es. Pero la mayoría de los balcarceños lo reconocerá por “Catarrata” o “el Chimpa”. Apodos que le otorgaron vecinos de su barrio natal, el 25 de Mayo. Barrio que vio cómo se construía hace casi 36 años, al paso que él también crecía.
Cuando va por las veredas de su ciudad, no es extraño verlo saludar a todos. Con una caminata particular, similar a la de un niño que lleva una mochila pesada en su espalda al salir de la escuela, es fácil reconocerlo. Incluso al levantar su cabeza, puede apreciarse también una sonrisa ingenua como la de aquellos infantes.
Sin embargo, su infancia poco se asemeja a esos niños felices que pueden venir a la mente. En una familia de ocho hermanos, pocos eran los recursos. Incluso tres de ellos, fueron dados en adopción. Néstor estaba en La Plata cuando su madre estuvo a punto de entregarlo a otra familia, pero luego decidió enviarlo durante varios años de su vida a la Sociedad de Protección a la Infancia. Cuenta la historia como si fuera una película que no vivió, ya que era chico y sabe lo que ocurrió por lo que le contó su hermana mayor, Graciela. Ella era una de las que fueron dadas en adopción, y con la cual se reencontró hace doce años.
Los fines de semana era recogido por sus padres. Desde las seis de la tarde hasta que el sol se daba a la fuga, Catarrata se la pasaba en el patio de su casa ayudando, fiel a su estilo, a su padre. Con una bomba sacaba el agua necesaria para regar toda la quinta. El lunes regresaba nuevamente al Patronato.
A la hora del fútbol, más bien a la hora de hablar de sus tres amores, poco queda de aquellos gestos de niño que caracterizan al Chimpa. El primero, el Club Atlético Boca Juniors. Su camiseta azul y amarillo, con el logo de Quilmes, está marcada de incontables usos. No es difícil recordarlo luciéndola, junto a una bandera en la mano, corriendo alrededor de la Plaza Libertad cuando su equipo sale campeón.
Subido sobre el monumento que caracteriza a la plaza central de la ciudad, Catarrata ha entonado cánticos xeneizes hasta sentir que su voz destila agotamiento. Su mirada destella luz detrás de aquellos vidrios, como los de los comercios que abre por la mañana y por la tarde, cuando en una pantalla muestran a sus once guerreros dejando todo en la cancha.
El segundo es el club del barrio que lo vio nacer. Hincha reconocido del Club Atlético Amigos Unidos, posee toda la vestimenta acorde al tricolor. Inclusive un gorro, con el negro castigado por el sol, al igual que el color de su pelo que con los años se va perdiendo. Su amor por el club nació por las tardes, cuando tenía la posibilidad de verlo jugar. Siempre recuerda que detrás de la cancha había una casilla, la cual le pertenecía. Desde ella veía al negro, blanco y rojo jugar frente a sus rivales locales y, a su vez, las casas que se estaban construyendo en su barrio, del cual no pudo alejarse ni aún viviendo en otra ciudad.
En la otra ciudad que vivió, fue donde nació su tercer amor. El barrio Varela estaba colmado de hinchas del Club Atlético Alvarado. Éstos lo invitaron a la cancha, pero Catarrata no tenía dinero para poder ir. No aceptaron un no como respuesta. Le dieron un bombo e ingresó por primera vez junto a la barrabrava. Desde allí nació un amor incondicional hacia el azul y blanco. Semana tras semana, se lo veía ingresar con “La Brava”. Se encargaba de colgar las banderas y los trapos característicos de la hinchada y, al finalizar el partido, los descolgaba. El Chimpa regresó a su ciudad natal, pero no abandonó nunca a su amor marplatense.
Fue a los trece años cuando sus padres le dijeron que se mudaban todos a Mar del Plata. Lejos del Patronato y los pocos años de escuela que había hecho, Catarrata tuvo que rebuscárselas para ayudar en su casa. Desde temprano salía con un carrito por la avenida Luro hasta el centro. En el camino juntaba todos los cartones y botellas que encontraba. Incluso algunos comerciantes lo llamaban, por el apodo de Tabárez, para darle esos residuos que él recolectaba y que luego vendería por algunas monedas.
En Mar del Plata tampoco es conocido por Néstor. Una vez más los apodos circundan en la vida de este personaje. El “Maestro” Tabárez fue el director técnico de Boca entre 1991 y 1993. El apodo daba cuenta del fanatismo de Catarrata por éste equipo. 
Por decisión propia volvió a Balcarce, donde vivió con una de sus hermanas. Se levantaba temprano y recorría la ciudad, al igual que en Mar del Plata, pero esta vez para vender medias. Un policía lo interceptó en una de las calles de su barrio. Como no tenía autorización fue llevado a la comisaría. Los vecinos del barrio corrieron en busca de una ayuda inmediata. Un concejal de la zona fue en segundos a aclarar la situación. Catarrata quedó libre en el momento, y continuó con su trabajo en la calle.
Durmió en casas de diferentes hermanos, y de una familia amiga. Incluso durante un tiempo lo hizo en el auto de un hombre a quien no conocía, que le ofreció ese lugar porque no tenía dónde quedarse. La situación mejoró cuando una comerciante de la ciudad le pidió ayuda y le prometió dinero a cambio. Hecho que se repetiría con Margarita, otra comerciante, con la cual pasan las fiestas de fin de año junto a la familia de ella.
Sus ojos destellan luz, como al ver al equipo de sus amores, cuando habla de personas como Margarita o el señor que le brindó su auto para dormir. Néstor terminó su día de trabajo, y pronto emprenderá el camino a su casa, en la que convive con su amigo Marcelo desde hace once años.
Cualquiera sea el apodo que reciba Néstor Fabián Arce, seguirá siendo esa persona dispuesta ayudar a todos. Aún cuando sus adversidades sean mayores, siempre estará con su sonrisa de niño dándole una mano a cualquier balcarceño. No es sólo un habitante de la ciudad, sino un ícono del centro. Vivir en Balcarce y no conocer al “Cata” es muestra de no haber salido nunca a la calle.
Nadie puede negarse a sonreír cuando entabla una conversación con él, porque destila transparencia y sinceridad por los poros. Al apodo “Catarrata”, el “Chimpa”, e  incluso “Tabárez”, podría sumársele el que todos sienten en pequeña o gran parte, que es “el amigo del pueblo”. 

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