Comienza el día. Los
negocios deben levantar sus persianas y abrir sus puertas. Néstor Fabián Arce
se encarga de cinco, ubicados en el centro. Uno a uno tira de las enormes
correas de hierro para dejar ver los cristales que dan vida a los comercios.
Cristales similares a los que ocultan su mirada. Mirada transparente como las
vidrieras que está dejando al descubierto.
Abre los negocios y
permanece allí, esperando a que algún comerciante le pida un favor. Así pasa la
mañana, y repetirá la rutina durante la tarde. Alguien lo nombra desde un
mostrador, por el apodo de “Catarrata”, y él se dirige con su simpatía habitual.
Si preguntan por
Néstor, probablemente nadie sepa quién es. Pero la mayoría de los balcarceños
lo reconocerá por “Catarrata” o “el Chimpa”. Apodos que le otorgaron vecinos de
su barrio natal, el 25 de Mayo. Barrio que vio cómo se construía hace casi 36
años, al paso que él también crecía.
Cuando va por las
veredas de su ciudad, no es extraño verlo saludar a todos. Con una caminata
particular, similar a la de un niño que lleva una mochila pesada en su espalda al salir
de la escuela, es fácil reconocerlo. Incluso al levantar su cabeza, puede
apreciarse también una sonrisa ingenua como la de aquellos infantes.
Sin embargo, su
infancia poco se asemeja a esos niños felices que pueden venir a la mente. En
una familia de ocho hermanos, pocos eran los recursos. Incluso tres de ellos,
fueron dados en adopción. Néstor estaba en La Plata cuando su madre estuvo a
punto de entregarlo a otra familia, pero luego decidió enviarlo durante varios
años de su vida a la Sociedad de Protección a la Infancia. Cuenta la historia
como si fuera una película que no vivió, ya que era chico y sabe lo que ocurrió
por lo que le contó su hermana mayor, Graciela. Ella era una de las que fueron
dadas en adopción, y con la cual se reencontró hace doce años.
Los fines de semana era
recogido por sus padres. Desde las seis de la tarde hasta que el sol se daba a
la fuga, Catarrata se la pasaba en el patio de su casa ayudando, fiel a su
estilo, a su padre. Con una bomba sacaba el agua necesaria para regar toda la
quinta. El lunes regresaba nuevamente al Patronato.
A la hora del fútbol,
más bien a la hora de hablar de sus tres amores, poco queda de aquellos gestos
de niño que caracterizan al Chimpa. El primero, el Club Atlético Boca Juniors.
Su camiseta azul y amarillo, con el logo de Quilmes, está marcada de incontables
usos. No es difícil recordarlo luciéndola, junto a una bandera en la mano,
corriendo alrededor de la Plaza Libertad cuando su equipo sale campeón.
Subido sobre el
monumento que caracteriza a la plaza central de la ciudad, Catarrata ha
entonado cánticos xeneizes hasta sentir que su voz destila agotamiento. Su
mirada destella luz detrás de aquellos vidrios, como los de los comercios que
abre por la mañana y por la tarde, cuando en una pantalla muestran a sus once
guerreros dejando todo en la cancha.
El segundo es el club
del barrio que lo vio nacer. Hincha reconocido del Club Atlético Amigos Unidos,
posee toda la vestimenta acorde al tricolor. Inclusive un gorro, con el negro castigado por el sol, al igual que el color de su pelo que con los años
se va perdiendo. Su amor por el club nació por las tardes, cuando tenía la
posibilidad de verlo jugar. Siempre recuerda que detrás de la cancha había una
casilla, la cual le pertenecía. Desde ella veía al negro, blanco y rojo jugar
frente a sus rivales locales y, a su vez, las casas que se estaban construyendo
en su barrio, del cual no pudo alejarse ni aún viviendo en otra ciudad.
En la otra ciudad que
vivió, fue donde nació su tercer amor. El barrio Varela estaba colmado de
hinchas del Club Atlético Alvarado. Éstos lo invitaron a la cancha, pero
Catarrata no tenía dinero para poder ir. No aceptaron un no como respuesta. Le
dieron un bombo e ingresó por primera vez junto a la barrabrava. Desde allí
nació un amor incondicional hacia el azul y blanco. Semana tras semana, se lo
veía ingresar con “La Brava”. Se encargaba de colgar las banderas y los trapos
característicos de la hinchada y, al finalizar el partido, los descolgaba. El
Chimpa regresó a su ciudad natal, pero no abandonó nunca a su amor marplatense.
Fue a los trece años
cuando sus padres le dijeron que se mudaban todos a Mar del Plata. Lejos del
Patronato y los pocos años de escuela que había hecho, Catarrata tuvo que
rebuscárselas para ayudar en su casa. Desde temprano salía con un carrito por
la avenida Luro hasta el centro. En el camino juntaba todos los cartones y
botellas que encontraba. Incluso algunos comerciantes lo llamaban, por el apodo
de Tabárez, para darle esos residuos que él recolectaba y que luego vendería
por algunas monedas.
En Mar del Plata
tampoco es conocido por Néstor. Una vez más los apodos circundan en la vida de
este personaje. El “Maestro” Tabárez fue el director técnico de Boca entre 1991
y 1993. El apodo daba cuenta del fanatismo de Catarrata por éste equipo.
Por decisión propia
volvió a Balcarce, donde vivió con una de sus hermanas. Se levantaba temprano y
recorría la ciudad, al igual que en Mar del Plata, pero esta vez para vender
medias. Un policía lo interceptó en una de las calles de su barrio. Como no
tenía autorización fue llevado a la comisaría. Los vecinos del barrio corrieron
en busca de una ayuda inmediata. Un concejal de la zona fue en segundos a
aclarar la situación. Catarrata quedó libre en el momento, y continuó con su
trabajo en la calle.
Durmió en casas de
diferentes hermanos, y de una familia amiga. Incluso durante un tiempo lo hizo
en el auto de un hombre a quien no conocía, que le ofreció ese lugar porque no
tenía dónde quedarse. La situación mejoró cuando una comerciante de la ciudad
le pidió ayuda y le prometió dinero a cambio. Hecho que se repetiría con
Margarita, otra comerciante, con la cual pasan las fiestas de fin de año junto
a la familia de ella.
Sus ojos destellan luz,
como al ver al equipo de sus amores, cuando habla de personas como Margarita o
el señor que le brindó su auto para dormir. Néstor terminó su día de trabajo, y
pronto emprenderá el camino a su casa, en la que convive con su amigo Marcelo
desde hace once años.
Cualquiera sea el apodo
que reciba Néstor Fabián Arce, seguirá siendo esa persona dispuesta ayudar a
todos. Aún cuando sus adversidades sean mayores, siempre estará con su sonrisa
de niño dándole una mano a cualquier balcarceño. No es sólo un habitante de la
ciudad, sino un ícono del centro. Vivir en Balcarce y no conocer al “Cata” es
muestra de no haber salido nunca a la calle.
Nadie puede negarse a
sonreír cuando entabla una conversación con él, porque destila transparencia y
sinceridad por los poros. Al apodo “Catarrata”, el “Chimpa”, e incluso “Tabárez”, podría sumársele el que
todos sienten en pequeña o gran parte, que es “el amigo del pueblo”.