jueves, 10 de julio de 2014

Dios juega a la pelota (y es Argentino)

Vine al mundo un 29 de junio de 1994 llorando porque, días antes, a Dios le habían cortado las piernas. Fue quizás por ello que nací amando a la redonda, sumado al fanatismo de los hombres de la casa.

Se he de ser sincera, pocos recuerdos vienen a mi mente sobre mis 4 años y el Mundial de Francia 98, más que por lo visto en vídeos u oído de otras personas. Y aunque en el 2002 ya miraba partidos y salía cómo una loca a festejar cuando ganaba mi club, mi mente traicionera (o en este caso, amiga) trae solo el sonido de "Eran otros tiempos, era otra la historia..." y nada de jugadas en Corea-Japón.

Amé y admiré a Maradona a través del tiempo, gracias a los mayores y a la tecnología. Grité sus goles a los Ingleses unas mil veces y nunca pude explicarme el milagro de la mano de Dios. Soñé, desde lo más profundo de mi alma, revivir aquella gloria en el presente.

Alemania 2006 es, sin dudas, mi primer recuerdo con lujo y detalle. El disfrute de la fase de grupos, con los 6 goles a Serbia y Montenegro. La emoción e ilusión con la definición de Maxi frente a México. Y el llanto, incontenible, ante los penales, contra Alemania, Lehmann y su maldito papel.

Seguí admirando la historia del fútbol y de los mundiales, las hazañas, los jugadores mágicos, los sueños realizados y los rotos. Seguí soñando con verlo en vida: "en el próximo" me repetía.

Con la llegada del mundial de Sudáfrica la ilusión se aumentaba, teníamos al mejor del mundo en la cancha y al mejor de todos los tiempos dirigiéndonos. Pero el karma, que nos había atormentado 4 años antes, volvía a hacerse presente, nos goleaba y nos dejaba, una vez más, con lágrimas en los ojos.

La espera de este mundial se hizo pequeña, quizás sea verdad eso de que los años pasan cada vez más rápido. Allí estábamos, y encima se disputaba tan cerca que daban ganas de pegarse una corrida e ir.

Sufrimos desde el comienzo, con partidos cerrados y jugadas peligrosas. El equipo no terminaba de mostrar seguridad y el corazón quedaba atado en la garganta. Los gritos de gol eran pocos pero sentidos, con el cuerpo temblando y el alma fuera de éste.

Se jugaba la semifinal. Holanda, un equipo bravo, de esos que tienen nombres que meten miedo y te meten goles increíbles. Los 40 millones de argentinos se metían en el arco a defender, se colaban entre los huesos de Mascherano, entre la cabeza de Garay, entre las manos de Romero...

Se me rompió el televisor la noche anterior, corrimos a la plaza a ver el primer tiempo y optamos por ir a un café en el segundo. No había mirado un solo partido fuera del departamento, no quería perder la cábala. Y cuando pareció que no la perdía, cuando los 40 millones habíamos defendido a muerte nuestro arco... Penales.

Imposible no recordar los del 90, dirán muchos. Para mi, imposible no recordar los del 2006, y faltaba que el arquero me sacará un papelito para llorar. No lo sacó, pero yo lloraba igual. Ya ni siquiera sabia porqué, pero me encontré pidiéndole a lo que quiera que haya allá arriba que nos ayude, que nos de una manito...

Lo miré a Romero a través de la pantalla y si hubiera podido la hubiera traspasado, apreté mis manos y crucé las piernas.

Si el primer penal atajado fue el grito de desahogo de 120 minutos, el segundo fue éxtasis. Pero todavía no terminaba, faltaba uno mas, y desde que comenzó el Mundial me propuse un "paso a paso" a lo Mostaza.


No se en qué momento Maxi le partió el arco, ni en que cuándo  salté de la silla, pero me encontré parada, llorando y con dificultad para respirar en el medio de un lugar con gente desconocida y sin poder creer lo que sucedía.


Estamos en la final, repetían todos. Si, estamos en la final. Mi cuerpo reaccionaba acorde pero mi mente todavía estaba en stock. Solo atiné a girarme y abrazarlo, a él, que tampoco reaccionaba y siquiera se había levantado de su asiento.

Al rato salí afuera, miré al cielo y escuche el sonido de festejo en la ciudad. Mis pulmones se llenaron de aire y un escalofríos recorrió ni cuerpo. 

"Estamos en la final del Mundial, tenemos al mejor del mundo, y aunque cuando nací Dios se quedó sin piernas, se las rebusca para seguir haciendo milagros."


miércoles, 18 de junio de 2014

El pie de oro llegó

“La pelota ríe, radiante, en el aire. Él la baja, la duerme, la piropea, la baila. Y viendo esas cosas jamás vistas, sus adoradores sienten piedad por sus nietos aún no nacidos, que no las verán.” Eduardo Galeano.
Toma la pelota pasando la mitad de la cancha, se perfila hacia la derecha y avanza. Sus compañeros lo miran, los argentinos lo miran, los contrarios lo miran. Todos saben que cuando él tiene la pelota, el mundo se rinde a sus pies. El jugador de Bosnia lo ve pasar a su lado como si fuera intocable. Le pasa el balón a su compañero, Gonzalo Higuaín, que sabe de lo que es capaz y se la devuelve. Y ahí, cerca del área grande, encara hacia el centro, se perfila y el balón, que se siente amado en sus pies, pega en el palo derecho del arquero y se desliza hacia la izquierda de la red.


Los relatores argentinos enloquecen, lo elogian, lo admiran. Los hinchas festejan y corean su nombre. El mundo una vez más se rinde a sus pies. Pero él, incapaz de entender su propia magia, aprieta los puños y corre mientras grita con euforia. Sus compañeros lo abrazan y sonríen, no cualquiera tiene el placer de jugar con Lionel Messi.

Admirado en el universo, calificado como el mejor jugador, amado en todas partes. El hijo pródigo del Barcelona tiene una cuenta pendiente, y él lo sabe. Su comparación con Diego Armando Maradona no es sólo un elogio, es el deseo de los hinchas, la esperanza de que sea él quien lleve a la Selección Argentina hacia la gloria.

Buscando el espacio se ubicó a la derecha en el área grande. Sus compañeros tiraban paredes y se divertían teniendo ya una victoria asegurada, pero él necesitaba más, necesitaba obtener su propia victoria. Cuando Carlos Tévez advirtió su presencia, no dudó en pasarle el balón para que Lionel defina al palo izquierdo del arquero y festeje, corriendo hacia el córner y apretando sus puños.

Alemania 2006 fue el comienzo de un amor-odio con los hinchas argentinos. Muchos lo conocían ya de la juvenil y el Barça, pero pocos le tenían fe a la hora del Mundial. Tenía 19 años, era el mejor de su edad, pero aún le faltaba mucho camino por recorrer.

Llegado el Mundial de Sudáfrica 2010, era la figura indiscutida del seleccionado. Y si esa presión era poca, era dirigido por su karma, Diego Maradona. Lionel sólo tenía que jugar, y ser el mejor del mundo.

Los hinchas, e incluso los periodistas, habían hecho una división entre el jugador del Barcelona, implacable, y el jugador de la selección, que dejaba mucho que desear. Y si bien su actuación fue buena durante el Mundial, las críticas continuaron y se acentuaron aún más cuando quedaron eliminados frente a Alemania.

Luego de tres años consecutivos siendo elegido como el mejor jugador del mundo por la FIFA, en el 2013 perdió el Balón de Oro ante Cristiano Ronaldo. Su desempeño en el Barça continuó siendo notable, pero lejos estuvo de ser el Messi de años anteriores.

Ante aquella situación, su baja de rendimiento y las críticas que aún continúan, fue convocado para jugar el Mundial de Brasil 2014. Y en un debut extraño, en el que la selección parecía dormida y recibió el regalo de un gol en contra para dominar el resultado a su favor, muchos soñaban con su aparición.

Lionel tomó la bandera argentina y la hizo flamear. Con la pelota a sus pies, hizo brillar por unos minutos al seleccionado más caro del mundo. La acarició, la tocó, la hizo suya. Y los hinchas, eufóricos, volvieron a soñar. Sus fanáticos deliraron a la vez que sus críticos mordían su lengua para no admitirlo. Pero nadie lo puede negar, el mejor del mundo está en la cancha y es argentino.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Un joven pegado a una pelota de cuero.

Por Daiana García. (14-7-2013)
Franco disputando una pelota con Daniel "el Rolfi" Montenegro. 
Tiene 18 años y juega en las inferiores de uno de los clubes más grandes de la Argentina. Franco Nicolás Simic es un futbolista joven, que se esfuerza por cumplir el sueño de llegar a primera división y darle todo a su familia.

Luego de pasar por varios clubes, llegó a Independiente de Avellaneda de la mano de sus representantes. Hoy, hace dos años que vive en la pensión del club junto a más de sesenta jóvenes. Si bien le costó adaptarse, Franco es partidario de que no se logra nada sin sacrificio.


Se siente feliz por la buena gente que lo rodea, dice que le hacen sentir como en su casa. El marcador central, antes había jugado en Quilmes, de donde decidió irse porque pasaba hambre, se le inundaba la pieza y, en una oportunidad, le habían robado. 

Pero después de esa mala experiencia, tuvo su recompensa jugando en Talleres de Mar del Plata, club en el que se destacó por su juego y del que conserva muchos amigos.

Amante de la redonda, cuando no está entrenando la mira a través de una pantalla. El único lugar en el que no le gusta estar es cuando tiene que alcanzar pelotas porque le dan ganas de entrar y ponerse a jugar.

Franco admira el juego de Carles Puyol, el compañero de Messi en el Barcelona. Pero a la hora de hablar de ídolos en su vida, su papá se lleva todos los premios. Lo califica como su ejemplo a seguir, dejando a la luz ese niño que lleva en su interior, y que aún no terminó de crecer.

La violencia en el fútbol lo aleja de las tribunas. En un principio iban a ver a la primera, pero por temor, ya no los dejan. Pese al mal momento que pasa el club, el Balcarceño se encuentra feliz y motivado de vestir los colores del rojo.

El factor más difícil que le cuesta atravesar, es la distancia con su familia y amigos. Admite que por momentos se pregunta si es lo que realmente quiere y si algún día va a llegar a la cima. Pero su familia se encuentra siempre al otro lado del teléfono para darle su apoyo, y cada fin de semana libre es su escapada para visitarlos.

El nivel de las inferiores es muy competitivo. Los jóvenes tienen que rendir al 100% y mostrar sus habilidades para no perder el puesto. Pese a eso, la relación con sus compañeros es muy buena, y solo ha tenido pequeñas peleas, producto de la convivencia multitudinaria.

Un momento gratificante en la vida de estos jóvenes, es el entrenamiento con los mayores, con aquellos que muchas veces admiraron a través del televisor. Franco ha jugado varias veces frente a ellos, incluso se atrevió a entrarle fuerte a Luciano Leguizamón. El jugador de primera se enojó, pero cuenta que no pasó a mayores.

Franco Simic es un ejemplo de aquellos chicos que dejan todo por su sueño. Con su mayoría de edad recién cumplida, crece y se esfuerza por superarse día a día. Todavía es joven, y le aguarda un futuro brillante con su pie pegado a una pelota.

Consejo para los que quieren jugar al fútbol

Ante la pregunta, Franco respondió que, un chico que quiere insertarse en el mundo del fútbol, tiene que luchar por lo que quiere, que nadie le diga que no puede hacerlo. Remarcó que sin sacrificio no se logra nada, que muchos ven los logros, pero no el esfuerzo que hicieron para llegar ahí.

Franco, la persona sin pelota.


Franco Nicolás Simic nació un 1 de junio de 1995, en Balcarce, provincia de Buenos Aires. Mide 1 metro 81 centímetros, y pesa 71 kilos.
En su tiempo libre le gusta entrenar por cuenta propia, ir al cine o dormir la siesta. A la hora de escuchar música, le gusta cualquiera que esté de moda, aunque sus compañeros casi que lo obligan a escuchar cumbia santafesina.
En su cuerpo tiene tres tatuajes. Uno en cada brazo, con los nombres de sus papás (Gabriel y Cristina). Dice que de esa manera, siente que siempre los tiene cerca. Y uno en la espalda, un ángel guardián que lo protege.